jump to navigation

con texto sin dejar de contar, CUENTO QUÉ HAGO CONTIGO,de carmen vascones abril 15, 2009

Posted by carmenmvascones in biografia, carmen vascones escritora, cuento, cuento sin dejar de contar por carmen vascones, lírica, literatura infantil, pedagogía, POESÍA, relato, samborondon carmen vascones ecuador.
Tags: , , , , , , , ,
add a comment

 

 

 

El océano se detuvo ante las luces, zarpé hacia ellas, mi padre fue la proa del abismo, crucé el dintel de las resacas, el puerto olía a mis cinco años, mis miedos eran enemigos breves, entraban y salían.

 

Indago la fisura de la madera, la fatiga quedó en el trecho,  retomo los restos, anduve por el desandar de la quimera, nada se rescata, retorno como brisa tras la ausencia.  ¿Dónde está? ¿Qué extraño?

 

El regreso postergado en tantas muertes.

 

Tropiezo conmigo a cada instante, la tiniebla tiene aroma de rebeldía, una zanja atrapó el acto, empuñó la imagen, raptó el anhelo, hizo de la furia su cábala y del movimiento un frente. 

 

Cruje el vacío.

 

Y no escupen la Biblia, siguen matando al enemigo, no hay mejilla que ofrecer. La estatua de sal sirve para juegos cerca del mar. La lengua navega sobre el sepulcro, ilumina la creciente, sale entre los litigios, la travesía está entre los acantilados y los sortilegios del alba.

 

La espera enterró su mito, la grieta dejó de soñar la unción, el frenesí liberó la promesa. ¿Quién se sumerge en la palabra?

 

Mi padre parece el sueño de un roble erguido sobre el bastión de su leyenda. Tantas veces he visto su barbilla hundida en la ventana tan igual a los años en su bastón.

 

Cuantas veces lo he mirado desde lejos, el autobús pasa justo en su calle, su casa remonta lagunas de una cuna tan igual a su silencio y risa. Siempre tengo la sensación que vive el sobrecogimiento interior de un pueblo.

 

Su generación que apellida pareciera encerrada en la hacienda y las fatigas del abuelo que jamás volvió a pisar una ciudad. La tercera generación rasgó la línea de los primogénitos, ninguno devolvió a la escritura su imagen, tampoco redimieron el libro de las filiaciones. A la cuarta generación le tocó navegar el incesto estacionado en un cantón.

 

Nada puedo añadir a él, habita el enigma de su nombre. Mi lugar una generación del pase. Las madres iniciaron la jornada del atajo, la hechura del sueño se abrió como sexo pariendo. El Dios de mi padre se parece tanto a una mujer extraña.

 

Buscan los descendientes su imagen entre los huéspedes de esta quimera. Sus amores vividos han fecundado el útero de la muerte. Sus hijos son la generación del desenlace. La infancia arrancó a otro distrito, otros golpes acaecieron a los herederos.  El padre concluyó su imperativo.

 

¿En cuál cementerio reposará el nombre del principio que engendró el génesis del símbolo?

 

Consumado el asentamiento del linaje el antepasado desistió, canceló una deuda que no era suya. Dejó de estar atrapado sobre el terreno de las conmemoraciones el designio del fulgor.  De uno en uno los mortales impulsan la embestida de sus atestiguamientos.  Nupcias a la vida. Palabra y muerte.

 

Los convivientes del otro orden se dan citas precipitadas al finito. Pactan nuevas sangres. Aliadas las filiaciones a los lugares de otros orígenes. La estancia está vacía.

 

En el libro del escudo yacen incrustados los iniciadores, y, entre ellos, está aquel que se pregunta ¿quién ere su amante acaso la muerte?

 

El suscrito soltó los restos coronó la muerte con amores. Prefijos de olvidos exhalan el drama de una alianza. En la palabra padre hay un espacio de resina y urna. -Él un caos perfecto-

 

Llevo su sangre como pacto con el infierno, llevo su ternura como Cristo besando los pies de Magdalena, llevo su nombre como salvaje recogiendo la luz en la roca grabada. Su ausencia la cubro con parábolas. Hecho incienso en sus pasos.

 

Mi origen desemboca en la angustia divina: estoy sola. Habitación 110, 4 de agosto de 1997. 8:10 p.m.

 

Tallo en la luna el movimiento del caos. Someto la muerte a la belleza del nacimiento. El se acabó, no vi su muerte, no quise recibirla. Su angustia era como un hijo desterrado del vientre del deseo.

 

Cuánto quería calmarte quitarte de ese trecho, de tu sufrimiento sólo tu sabes, no estuve en tu pellejo, tu aliento desesperado luchaba sin tregua.

 

Recibía tu miedo que era mi impotencia, te abrazaba para apaciguar eso que sentías, nos quedábamos quietos con las manos juntas. Cómo aparecía tu dolor de no separarte mi vehemente y tierno, incapaz de odio ni rencor, cómo hubiera querido que te fueras sin la lucidez del último paso para que no pidas no te dejen morir. Cógeme dijiste como si fueras un niño te quedaste en los brazos de Mercedes, tu cabeza cayó en su pecho.

 

Tuve desolación verte ese instante, sentí furia, y un ahogo que me quitaba el aliento de no poder hacer nada, de enfrentarme con tu cadáver, de ya no escucharte.  No sé si era soberbia o egoísmo, quizás si lo sé, tu certeza inconfundible, tu presencia de patriarca, el hombre que conocí con su orgullo y fragilidad.

 

Un humano especial en el redil de mi historia.  Aquel que puso el espermatozoide en el óvulo de mi madre, exacto coito del engendramiento, yo tu hija atestiguo parte de esa alianza que construiste con ella. No tienes sustituto, fuiste solo tú.  Por eso la frialdad eterna no te pertenece ni a mí.

 

Me es inevitable pensar en tus gusanos que te están devorando. Imagino la putrefacción de tu cuerpo, su olor espantando la eternidad.  Menos mal que los buitres no llegan allí.

 

Ya no estás – ya no eres. Cayó tu acto. 

 

No hay próximo encuentro.  Tú sin mí yo sin ti. Aquí estoy escribiendo, ya no leerás mis  inéditos mi crítico y primer lector, te extraño. Amante padre me traicionaste, te fuiste con mi rival, siento el dolor del dolor, no tengo nada que juzgarte sangre de mí, echo tierra al vacío, escupo la nada, me lamento como nunca, lloro sin más.

 

Que problema ser mortal, cómo duele esto, este dolor como que no fuera a acabarse. Tengo partida el alma, tengo un boquete en la palabra que tienes un lugar.

 

El arco iris está fragmentado en el universo de mi memoria.

 

Ausencia de ti soledad del silencio ahí. Dios nombrarte no basta en este momento. Siento un movimiento caído en la mudanza del verbo. El dolor es una forma de no  morir.

 

Salgo del panteón y de la oscuridad, me alejo de la lápida, siento una tristeza profunda.  Te llevo como secreto. Le doy giro a mí ser, me encuentro otra: me enfrento. Veo en mi rostro la huella de la pérdida. Me visto de luto. 

 

Por no sé qué tiempo busco su rastro. Ni su sombra -disgrego- alguna vez pensé en el suicidio, no soy capaz,  me alejo de la melancolía, sepulto la idea que se cruza, qué duro sin ti, impongo mi presencia.  Te guardo dentro.

 

Mi deseo dispone de la eternidad que no soporto, tonterías de la razón magia del cómico. Para no estar extraviada en tu imagen hago toques de poesía.  Danza dentro de mis dudas como hada infantil. Siempre me faltó algo quede ahí. Me quiero liberar de mí pero en el fondo no. «Me quedo conmigo».

 

Muerte carencia del deseo, espectro del abismo, yo de otro, resto del ser. Yo: no soy otro. Estoy libre de tu muerte. No te debo nada padre sólo te amé.

 

Alguna vez me contaste que cuando tu mujer nacía tu historia había empezado, otras lunas coqueteaban y sollozaban. No sabías qué pasaba estabas alucinado con tu deseo, pusiste sembríos en otra tierra, crecieron como girasoles desafiando al sol. 

 

Te asustaste,  huiste a otro sitio, ibas como siempre traje blanco nítido con tu cigarro infaltable, tu sombrero, el bastón fue después, estabas bello, no entendías el movimiento, la gente se encaminaba a un lugar.

 

Quiso el pueblo detenerte, peleaste como ebrio con el fantasma, oíste el cadáver anunciado por las campanas de la iglesia, te acercaste siguiendo a los otros, te encontraste con la casa de tu amigo, el difunto pertenecía a su familia. 

 

Se acompañaron hombro a hombro, medio dormido te quedaste, entre trago puro y la vida seguían llegando los conocidos. En el féretro estaba la matrona, mama tomasa la llamaban, era de riendas firmes, respetada y querida.

 

Un muerto no se va así no más.

 

Sacudiendo la borrachera del vacío pensaste un café para sacarte de encima la noche, buscaste pedírselo a quién, era un revuelto todo ese rato, por aquí por acá el cruce humano.

 

 – Ese día estaba hecho para ti –

 

Diste vuelta a tu pisada, te acercaste a la joven, le preguntaste quién eres, apenas los pezones le asomaban bajo la blusa, ni gota de maquillaje, el pelo recogido, vestido ceñido a la cintura, parecía una hermosa garza. Te  contestó, -soy la hija de Martínez-, casi refregándote los ojos, abriste la boca bien grande, ¿dónde te tenía escondida?

 

Te quedaste mudo, sacaste tu pucho y lo prendiste, de reojo y de frente siguiéndola, te trajo la taza caliente, la detienes, y como si la conocieras hace mucho tiempo, como si se tratara de un pacto hecho a escondidas, como si ella sabía  de lo que se trataba como  si nada, casi seguro y con dejo de asentamiento la desafías y la posees con tus palabras inquisitivas, parecías un As de póker perdido en la soledad del jugador. 

 

No pensaste en el riesgo, te lanzaste al ruedo, no sabía qué hacer la muchacha, te siguió el juego, ninguno de los dos se retiró, se marcaron las miradas, se hirieron con el aguijón de los sueños cómplices. 

 

Él ya maduro corrido, ella apenas saliendo del parque de los juegos, no importó nada, la prendaste poco a poco, al tenerla tan cerca de ti sacas del bolsillo un escapulario, como si fuera una sentencia, muy serio sin pedir nada, sólo decidiendo sueltas la lengua…

 

 

Un día antes de ya no verte con la luz en tus ojos volviste a ese momento, como estrofa de pasillo susurraste tu declaración de hombre enamorado con dejo de amor como si tuvieses «el alma en los labios». 

 

«Un detente del corazón de Jesús hizo el milagro al colocarlo alrededor de su cuello, le dije que lo usara junto a su corazón, que era el lugar donde quería estar ubicado desde ese momento para siempre»

 

Te escuché atentamente detenidamente, letra a letra, te besé,  te dije al oído, tú sí que la amas, sonrió dulcemente, como retornando como que no había pasado el tiempo como que estaba con ella ahí, como que no existía nadie más, como dos palomas en el tejado de una casa, como ellos únicamente.

3

 

Tus pequeños se vistieron de flores y conejos brincones hicieron con sus manitas figuritas a contraluz prestaron  colores  al arco iris para teñir ausencia, con un carboncillo te dibujaron todito, te envolvieron en algodón, tu cabeza la cubrieron con espuma de mar, tus pies los protegieron con rondas de calor para que no tengas frío.

 

Inquietos y curiosos desconfiaban del tiempo, vieron que una manecilla del reloj se había detenido cerca de la noche, decidieron buscarte con sus muñecos más queridos, bosquejaron un camino, lo iluminaron con palitos de fósforos para que no te pierdas, sembraron semillas mágicas a los bordes, en un cerrar de ojos habían crecido árboles increíbles donde los pajaritos saltaban cantaban anidaban y ensayaban revuelos como a ti te encanta verlos, lo que ellos querían no estés tristes ni solito ni encerrado en el silencio.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       

A uno se le ocurrió poner la pipa en la sonrisa de la señora luna por si acaso  quieras fumar un poquito no más, hasta que decidas volver, te abrieron todos los túneles, quitaron todas las trampas, se pusieron de acuerdo con los relámpagos, hicieron callar los truenos, dejaron la lluvia encerrada en la nube.

 

Todos se sentaron en círculo,  escribieron con sus dedos sobre la tierra un canto que empezaba  más o menos así, con la á a la b a la c a la d hasta llegar a la p.

 

Había una vez  un pájaro carpintero que picaba en la madera  y sonaba así. Pepe Pepito Pepón ¿dónde estás? se fue una pe. Pepepé no puedo pronunciar. Pepepé asómate ya y si no puedes quiero estés en mis sueños siempre conmigo. Pepepé te quiero con p.  

 

Pepepé ¿dónde estás? Pepepé a la una a las dos ya no estás? Pepepé. Pepe tu nombre el más lindo. Pepe Pepito Pepón el juguetón. Pepepé, ahí no más, toca mi turno mi nombre ya, empiezo con p empiezo sin p, pepe no soy pero pepe también ¿quién soy?

 

En vista que nunca llegaste, ellos entendieron algo ocurrió ya que tu eras  recontra puntual, se pusieron un poco triste más que triste tristísimos. Todos cerraron sus ojos, unieron sus deditos y de una sola hicieron un florón con sus pensamientos todos anudados abrazaron tu corazón en un solo latido.

 

Una gotita de lluvia cayó sobre la semilla que uno de tus pequeños había guardado, no tienes idea como creció de un salto, era una rosa roja ¿sabes cual? la del cuento, se había salido de la página porque está aburrida que nadie la visita ni hablan de ella, la tenían completamente olvidada, solo su protector la riega, y ya los dos  de verse la cara  y lo mismo siempre los tiene ni para qué contar.

 

Los chiquitos oyeron  la historia e inmediatamente fueron a buscar al principito para darle a saber la melancolía de la flor, sabes el confesó también estar así dijo no tenía amigos, ni bien dicho esto no fue más. Entre todos armaron un jardín con toda la alegría con todas las adivinanzas con toda la gracia de la inocencia  formaron un riachuelo para que el agua del río de la ciudad llegue  suavecito  a las raíces de sus sueños.

 

De tanto trajín quedaron cansados ahora principitos todos se durmieron de  un solo golpe pidiendo no sin antes estés bien donde quiera te encuentres. Ángel de la guarda dulce  compañía no lo dejes solo ni de noche ni de día…

 

Pasaron las lunas y los soles, no se hablaba de ti, tu espacio estaba ahí, tu almohada  tu cigarro tu pijama  tu fosforera  tu anillo, todas tus cosas menos tu. Nosotros sin ti. Sospechamos que algo había pasado, algo que duele  más que una sacada de muela, más que un rojo en la libreta, más que un coraje de papá y mamá, más que el mismo miedo al cuco.

 

Uno de los nuestros el mayor del clan soltó sin ton ni son que el abuelito  jamás iba a volver  a estar en casa porque la muerte  se lo llevó, nos apretujamos juntitos, no la conocíamos. Nos la imaginamos  como una bruja como una noche sin estrellas como una tierra sin habitantes como un monstruo quitándonos la imaginación. 

 

Era más que pena era dolor inmenso esto de estar sin ti de no poder olvidarte de no poder besarte de no poder abrazarte de no poder jugar contigo de no poder tenerte cerca. 

 

Sabes abuelito, creemos saber lo que te pasó, tenemos nuestra sospecha, y te la queremos  realmente contar, espero la lea alguna vez.

 

 Un día cogiste calladito y despacito la puerta de la calle saliste sin que nadie te viera ¿por qué? porque estabas muy cansado de esperar tu turno de ser ángel, no nos querías cerca porque no íbamos a entender tu nuevo estado y nos íbamos a preocupar, por eso te fuiste a esconder donde nunca pudiéramos llegar.

 

Tengo entendido que allí están todos los que parten de este mundo, es un secreto ese lugar ¿tendrás alas ya?

 

 

 

4

El hombre atrás,  la cortina se recoge, el niño anuda el drama, se amontona en el retablo el argumento, los aliados hacen coro, agitan sus fantasías, el eslabón no se detiene, el deslizamiento agarra los repartos, todos cómplices, fragmentos del papel por todo lado.

 

La ficción a la par del personaje, sacan desnudo a Narciso, mofan del fantasma, persiguen el grito, le hacen morisquetas al espejo, a cada rato cambian el acto, el tótem juega con ellos,  al crimen le hacen cosquillas, a la serpiente le hacen bromas, juegan a caballo con el instinto, sacan al sueño de la cámara, le lavan la cara a las imágenes, al brujo le hacen agachar la cabeza, y que beba su poción.

Se cansaron de jugar con Dios a la escondida, nunca hay como agarrarlo, todos juntos le dicen tramposo déjate ver ahora o nunca, empezamos a contar hasta diez si no apareces …

 

Los niños recrean sus escondidas, ordenan al fantasma cada encuentro corren tras el perseguidor no se dejan coger, entre ellos se reparten la consigna, la ronda de la inocencia una y otra vez, las lunas cambian las sombras crecen, otras manos se agarran y todo empieza otra vez.

 

Los bufones entran, escenas de amores y mitos, los ropajes del episodio marcan, hacen del miedo la pirueta de lo extraño, la actuación es aclamada.

 

Acogen la repetición. Correteaderas por todas partes, embrujan a la muerte, le hacen castillo de colores al rito pagano, le sacan la lengua a la cruz, sus pasiones la ponen en garabatos, el episodio de la arcilla bajo el soplo de los niños.  El adiestrador se esconde tras el padre, al niño jesús lo pusieron en andador, expulsaron al ángel del espanto, al diablo lo bañaron porque tenía mucho calor, al cielo y la tierra lo vistieron de plastilina.

 

Los pequeños saben lo que hacen no necesitaron ir a El, ellos mismos hicieron el génesis de sus días y del primero también, no necesitaron de siete largos días para hacer a los animales, las plantas, las cosas, porque bastaba una palabra…

 

Los mandamientos no existen en el mundo de ellos.  En el nombre del Deseo: el mundo los humanos y la muerte.

 

La batalla del júbilo los rodea.

 

Recrean la hazaña, hacen del absurdo una comedia, juegan a la rayuela cuando tienen dudas enfrentan la angustia en el teatrín del lenguaje, a imagen y semejanza la diferencia y el espejo, hacen el cuento de los cuentos.

 

Sus palabras juegan a que juegan.

 

Los niños dormidos entre los juguetes, un juego yace en la boca, la culpa vestida de payaso hace de la luna una pandereta, mientras las estrellas ensayan,  el sol con sus rayos de violoncelo entona  pestañas del mar, la marejada rebota ante los castillos de arena.

 

El miedo se hizo añicos con la risa, la imagen del mundo la hunden  en el acoso de la hormiga, todos juntos van donde las ranas que huyen de las hojas del tiempo.   Un trinar los lleva a la estación  de la ternura y la fábula.

 

Un olor a nacimiento deja escapar la inocencia, mientras los niños corren juntos con el sepulturero de estas tierras.

 

Mi padre y dios  un rasgo cercano al monologo. Mi grito una incógnita del incesto.  Configuro mi nombre en la identidad con la muerte.  Divago en la primicia del ilusionista.  Mi exclamación un resto de la infancia.  -los instantes son mi posteridad- 

 

Entregada a la confesión del cuerpo.