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Abdón Ubidia sueños de lobo, por carmen váscones abril 22, 2009

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SUEÑOS DE LOBOS

“Tal parece que el cansancio acumulado en tantas noches de insomnio le empujara por detrás de los ojos, muy dentro de su ser. Después de todo, si el insomnio siempre es inoportuno, y esa es su condición ¿por qué razón no ha de serlo también el sueño?”

Abdón Ubidia
El lobo entra al círculo del insomnio, muerde el tiempo, los sueños se desvanecen junto a las manecillas que sostienen el cadáver de Dios.

En el nombre del padre, mi infancia, oración del juego destruido en el sonido metálico del reloj.
La palpitación insoportable libera la locura del que dejó de ser soñante. “Reza para calmar su orgía sin oniraciones, monologa para el silencio, “en algo calman mi angustia del sueño de los demás”.

No sabe qué hacer con el espacio en blanco que digita la desocupación del caos en la matriz de dos ojos pegados a la dilatación de la córnea.

Sale la luz de las tinieblas.

El trasnochador no tiene sueños, los perdió en la celebración de su nacimiento.

El trajín yace agolpado en la negación errante del hombre envuelto en la memoria del proceso donde toca su límite, el desvelado.

“Hora en la que existe”.

La soledad de su existencia troca la vida en su cuerpo sometido a la lucidez del sobrecogimiento del mismo amor cargante del deseo.

El alma gemelo del cero es la muerte naciente en el reflejo que se desliza en la mirada de “un ser como yo”.
Frontalidad de la angustia desamparada del adicto nocturnal que asoma sus retinas en la red del simulacro.
El aullido de la aguja recoge el espasmo bronquial del criminal, el cuerpo atrapado en la rueda del prófugo gotea contra bandas como señal cómplice del resplandor.

“Me he convertido en un hombre de la noche, en un hombre lobo”.

El animal no duerme, la espera del sueño no llega, ni siquiera la fatiga prestada lo noquea. Su cuerpo huye del descanso.

La angustia se instaló en su apetencia, vive un estado de alerta, como de sirena anunciando acechanzas agazapadas en los párpados.

Nada lo detiene al caminante del deber el haber y no pago.

Su fe, un ángel de la guarda que lo deja noche y día solo para probarlo. Su credo, un insomnio pasando por alto los templos y los miedos.

Los confinamientos del pánico y la soledad están detenidos en los encandilamientos desprendidos por un espacio libre en el rompecabezas del tiempo reacio a incorporarse en la graficación de su uso.
Su consumación: un cuerpo, una noche.

Trasnoches. El sueño no reparado, en un hombre que no puede o muy en el fondo ¿se cansó de dormir, de soñar?
El protagonista de la novela se oculta en los sueños de los otros. Él es un merodeador marcado por la manecilla de su rebeldía, por la onda de su radiación cerebral, por los golpes mentales de su inconformidad.

Por su propia muerte no entendida en el género que conlleva su pregunta. ¿Dónde estoy? Su anhelo de no saberse y saberse, lo manipula, lo confunde, lo condena a estar en alguna parte, a ser en el pronombre de su identidad, el tramador del sueño o solo un hombre desesperado en las trincheras del común denominador.

“En la noche sin límites, yo me voy de tumbo en tumbo, a veces enloquecido, errático, por los sitios del pasado que marcaron mi vida o que la configuraron – si es que alguna forma tiene – huyendo inútilmente de las caídas y de los abismos, buscando inútilmente permanecer en los recuerdos felices, en las treguas, en los olvidos”.

En la vigilia empuña la caja fuerte. Ajusta. Se va. Allí se arma y desarma el castillo de naipes, allí se pega la carambola sobre el lienzo verde.

Allí se oprime la jugada de los contrincantes.

Allí donde el tú y el yo se fusionan en la búsqueda agotadora de la salida que se precisa en la imagen que se construye y destruye de la realidad que se pisa y se evade.

Donde ya se verá quién se es.

En el boquete de la mente la frustración roe sueños ajenos, los propios evaden fracasos en los laberintos de la codicia atormentada en las manos vacías del que no tiene nada al despertarse.

O simplemente o peor, haber estado en vela del esqueleto todo un siempre, como un faltante que no cuadró nunca y no se lo detectó, pero que estuvo ahí.

Frente a frente. En silencio y encubierto.

En los malabares de la conjetura de asaltantes hambrientos, soñar no cuesta nada, solo un riesgo pleno, como As bajo la manga, como sucre cayendo en la rokola y tocando la escogida.

Como un corazón rojo en la espalda del hombre que cruza la niebla y dejar brillar algo. El átomo de la razón se desintegra en el escozor de los maniatados.

Los humanantes cierran su vulnerabilidad en la edición de sus anhelos, se contagian contemplando la caricatura del espéculo arrojado desde la inocencia.

El sentimiento parecido al amor se escurre en los andamios del reloj que brota en la boca de la tierra.
La rotación del las palabras choca en los cuerpos.

La existencia, un monosílabo en los silencios y equívocos de la huella nómada en los desprendimientos de la memoria: su fósil, marcado con los señalamientos del propio desgaste.

Bajo la mampara de la interpretación alguien oculto escarba en su pellejo. ¿Quién está en él?

“Jamás supieron nada de mí. Nunca lo sabrán. Qué pudieron saber ustedes del niño que usaba como pretexto el disfraz del hombre lobo para tocar a las niñas b buscarlas, muy dentro de sus vestidos… ”

“Qué pudieron saber ustedes del adolescente que se reunía con oscuros conspiradores que soñaban en gigantes rebeliones que incendiarían el mundo. Qué iban a saber ustedes del hombre que descubrió, con una lucidez extrema, que la vida organizada… no le concernía… ”

Quién puede escuchar la confesión del testigo sometido a su propia pena. ¿Quién condena la anticipación del caso?
El perdón se pierde en los brazos convictos de la culpa, el perdón se encuentra sometido en el sinsabor de las ganas de vivir, el suplicante crucifica su redención en la reiteración de nuevas confesiones a ser ungidas en la confirmación de su dolor y soberbia.

El cabecilla intelectual sabe “que detrás de un autor policial, por ejemplo, hay un asesino que no se decide a asesinar”, el lobo salido de la manada “sabe o recuerda, que cuando se desea a una mujer y no se la posee, entonces se escribe un poema.

Cuando se la posee, el poema ya nos es necesario. Y solo volverá a serlo cuando la mujer huya…

Sabe, además, que lo escrito no es cierto para los individuos en las soledad de su corazón.
Porque se escribe para no ser uno mismo”.

El tiempo se inserta en el acto, demanda a su actuante, lo obliga rendir cuentas, a minutar su posesión. Instiga en el punto tambaleante del instinto, la debilidad del indeciso se doblega a su falta de convicción.

Quiere ser alguien a como de lugar un maleante de la lujuria noctámbula.

Ser impreso en las páginas de la crónica roja. ¡Que más da! Está echada la partida.
Me toca, te toca.

Inventariamos la ruta, en su rumbo el peso de la pasión quemando los rastros. Exclamación. Morir después de vivir al precio que sea. Al paso que llevo. A paso del paso. Al asalto…

“El tiempo de la ansiedad es eso: existencia pura, energía pura, la máxima concentración de nuestro ser en un orden, él de los relojes, que no atrapa y no niega a la vez…”

Cansancio, deseo de dormir para nunca acabar. Deseo de dejar de aullar en el hocico de la realidad. Deseo de no saber nada. De …“No sabe que el peligro está en no saber acercarse al filo de un abismo. Y no en tener el valor de renunciar a él”.

Demasiado tarde, los lobos se dispersan bajo la luna llena del escrito.

El escritor se levanta, se pone su abrigo y sale a recorrer su viernes acostumbrado.

carmen váscones
14/3/95

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